8 de marzo de 2016

Hoy escribo para recordarme a mí misma que hace diez años fui valiente. El 8 de marzo de 2006 fue el día en el que terminó una de las peores etapas de mi vida, un tiempo que empezó cuando apenas era una niña y llenó de dolor los años siguientes, un dolor que a día de hoy todavía puedo recordar como si lo hubiese sufrido ayer. Me robaba las noches y los días, dolía el mero hecho de vivir. 
Por su culpa yo era diferente, era la rara. Mis huesos no estaban bien colocados y había que arreglarlos. Una muñeca estropeada. Era una chica a la que no se le permitía serlo, una chica que debía ocultar su cuerpo. 
No recuerdo cuántas lágrimas derramé pensando que mi vida terminaba, que no aguantaría, que no estaba hecha para soportar aquella tortura veinticuatro horas, siete días a la semana. Ni un segundo de mi existencia se libraba de aquella de opresión, ni un tic-tac del reloj. 
Tuve que crecer demasiado rápido para ayudarme a superar esos años. Monstruos nacieron de aquellos tiempos, monstruos que aún hoy me persiguen. Pero yo demostré ser fuerte, demostré que llorar no me hacía débil, demostré que estaba lista para luchar contra todo mal. Demostré que, por muy dura que fuera la batalla, soy capaz de salir victoriosa. Lo hice entonces y lo volveré a hacer ahora.
Aquellos días luché por liberar mi cuerpo, ahora lucho por liberarme a mí misma, y esta vez también voy a ganar.